viernes, 25 de marzo de 2011

Ciudad de pobres corazones o de corazones y pobres

Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo.
-
Julio Cortázar-

Siempre he sido de personalidad introvertida. Pongámoslo así: de los treinta niños de mi curso de tercer grado sólo conocía a dos, uno de los cuales ya olvidé y el otro, al que le decíamos Tuto, con el único con el que intercambiaba palabras que iban más allá de: “¿me presta su borrador?” o “¿que la capital de Caquetá qué…? “. Así pues, se diría que la relación con mis padres fue cercana, pero no. Mi padre, trabajaba todo el día, a veces dos días completos, y mi mamá, trabajó de igual forma en una empresa de hilos desde que fuimos capaces de vivir solos mi hermano y yo, es decir, desde los cinco años. Ahora bien, ¿qué le queda a un niño que viva en ese entorno? jugar con lo que hay en la casa. Las cajas de los televisores que mi papá vendía eran fuertes o automóviles e incluso casas dentro de la misma casa. Las diferencias y discusiones típicas con mi hermano me llevaron a alejarme un poco de las tradicionales actividades de la vida cotidiana, hecho que me condujo a una modorra infantil a los diez años. Fecha en la que me encontré con el principito un librito con una dedicatoria doble, la primera, la de mi cumpleaños escrita a mano por mi mamá y la segunda, la del autor a su amigo un niño con la edad suficiente para ser llamado adulto, esto provocó en mí unas incipientes ganas a no dejarme intimidar por mis horribles dibujos                que luego se transformarían en desnudos e imágenes de paisajes y rostros en degradé color grafito. La adolescencia dejó una cicatriz de soledad que atribuyó a mis costumbres el ensimismamiento. Para ese entonces mi idea de conseguir libros era nula, para mí ese proceso se hallaba nulificado entre las enciclopedias de pasta gris con historias incompletas de obras famosas y por mi afán de aprender la mayor cantidad de datos curiosos e irrelevantes que pudiera así pues, sé que las ostras hembra se vuelven macho con el agua caliente o que en algún lugar de Europa alguna vez llovieron peces. A causa de mi entorno y fascinación por el dibujo me especialicé en diseño en el colegio donde me gradué bachiller, cosa que dirigió mi interés, hasta ese momento sesgado a la visión del instituto, hacia el diseño industrial. Cosa que no prosperó para un estudiante de clase media baja (teniendo en cuenta claro que la clase media en este país ya no existe). Pues bien, frustrado e interesado en seguir estudiando seguí lo que mi padre siempre le decía a mi mamá sobre mí: “Matilde, ese muchachito nunca sale, ¡parece que no supiera hacer más que leer¡” por lo que le hice caso y entré a licenciatura en español y literatura, por la afortunada guía de la profesora Martha Linares, mi profesora de español e inglés en el colegio, mujer que no sólo era de mi agrado porque todos la odiaban sino que también me dejó leer, para las clases, el libro que yo decidiera o sintiera de mi agrado. De allá para acá mi vida personal se ha mejorado bastante, mi vida familiar a evolucionado inversamente y la económica ni qué decirlo y aún así, el mejor lugar para estar sigue siendo el mismo.

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